DeCARNE 6

Colombia y su realidad forrajera

Aunque a una velocidad inferior a la que se observa en países considerados como de menor grado de desarrollo económico y tecnológico, Colombia avanza, y la ganadería no es ajena a ello, incluso en la especializada en producir carne, que para algunos analistas tradicionalmente ha exigido menos aportes de la ciencia y la tecnología que la lechería. Ello ha sido más evidente por el hecho de que nunca ha sido un país exportador de carne de alta calidad, y de que el mercado local no ha sido especialmente exigente en este aspecto.

Ese avanzar o progresar debe tener como primera expresión la mejora en la calidad y disponibilidad de la materia prima de la carne o la leche, esto es, de comida. Sólo después de que se tenga claridad en el tipo de forrajes que los bovinos necesitan para ser eficientes en lo productivo y lo reproductivo y se disponga y aplique el paquete tecnológico que facilite la óptima utilización de ellos y permita que los animales expresen todo su potencial tendrá validez trabajar por el mejoramiento genético.

La universidad y otras entidades académicas y de investigación como Corpoica y Ciat se han ocupado en adaptar especies forrajeras a las condiciones físicas y químicas de suelos tan pobres como los de la Orinoquía, o para los de los feraces valles interandinos o las sabanas costeras, o en mejorar algunas nativas. A su turno, los ganaderos que en distintas regiones practican la cría de bovinos como una verdadera empresa, con retos como los de cualquier emprendimiento industrial, han contribuido al logro de ese propósito.

Un poco por ese deseo de alcanzar el nivel de eficiencia de sus colegas de naciones desarrolladas y en ocasiones forzados por el que se conoce como calentamiento global y el desorden climático derivado de él, se han visto en la necesidad de disponer de la cantidad suficiente de forrajes para que sus animales no perezcan víctimas de inundaciones o sequías incontrolables.

Estos cambios –climáticos y de actitud- hacen que hoy, quienes disponen de espacio en sus fincas destinen un área a cultivar forrajes que ensilados o henificados pongan a salvo a sus ganados de los avatares del trópico y de la inestabilidad del clima en los años recientes, y en los que vendrán. A quienes no pueden hacerlo los abastecen agricultores que se han especializado en producir forrajes henificados o ensilados y que, en la mayoría de los casos, con un alto grado de profesionalismo técnico y ética intachable, satisfacen esas necesidades.

Faltan, en opinión de ganaderos y académicos, mayor compromiso del Estado para fortalecer la investigación de especies, variedades o híbridos, y de algunas empresas productoras o importadoras de semillas de forrajes para que antepongan al interés comercial la prestación de un servicio ético para beneficio general.

Todos los involucrados en la ganadería deberían recordar que el de pastos es el cultivo más grande del planeta y que como cualquier otro necesita y exige un manejo acorde con la importancia que le confiere el hecho de ser la materia prima para producir lo que más necesita la humanidad, alimentos, en este caso específico, carne.

Los editores.

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